4 Mariluz Ortega

Lo tuyo es de Juzgado de Guardia.

Sí, has leído bien: lo tuyo es de Juzgado de Guardia.  Pero tampoco te lo tomes muy a la tremenda…  Lo mío también.  Y lo de todos.

La omnipresencia de los juicios en nuestras vidas.

Llevo meses devanándome los sesos con este tema.  Te comparto mis reflexiones por si te ayudan a ser consciente de tus juicios y sus consecuencias.  Que las hay.  Y «chungas»…  Detrás de todos ellos hay un regalito envenenado: el CASTIGO.

mr-burnsPero vayamos paso a paso, que la metáfora judicial tiene mucha miga.

En la versión resumida y sencilla, un ejemplo típico de juicio sería: «mira que eres gilipollas«.

Solemos identificar los juicios como una parte del sistema nada más: las acusaciones.  Pero hay más:  todo el proceso judicial en realidad.

Tal vez estés pensando: «huy, yo no, yo no hago juicios, soy muy bueno (juicio), un servidor de la luz (juicio implícito)«.

Dos juicios en una frase que los niega.

Créeme: salvo que estés poco menos que iluminado, estás metido en esto hasta el cuello.  Como todos.

En el mundillo espiritual ¡¡ hasta nos juzgamos por juzgar !!   Y eso que sabemos que los juicios son «chungos».

Pero para el ego es taaaaan fácil y jugoso juzgar…

En el momento en que aprendes a hacerlos… ya es un no parar.  Aprendemos de pequeños y los aplicamos  a todo.  Se nos escapan de manera inconsciente; son un vicio.

[taq]Esto de los juicios es como abrir un paquete de Pringles: «cuando haces pop, ya no hay stop«. [/taq]

Por eso digo que nuestro mundo es de Juzgado de Guardia.

No lo digo juzgando el mundo como bueno o como malo.  Al fin y al cabo, el mundo en sí es neutro, una proyección nuestra.  Lo de «malo»o «bueno» no es más que una interpretación.  Lo digo porque tenemos «el chiringuito» del mundo montado así: como un Juzgado.

¿De dónde surge todo esto? Imagino que de la necesidad.

La omnipresencia del sistema legal.

En cuanto juntas más de un humano con otro, los roces de convivencia son inevitables.  Seguramente la idea de imponer unas leyes y hacerlas cumplir surgió como un intento de mantener cierto orden.

En un mundo ideal de seres despiertos y conscientes ¿sería necesario el sistema legal?  A lo mejor actuaríamos «en consciencia» y, desde ahí, sería casi impensable hacernos daño.

Pero estamos dormidos como ceporros y, en ese estado, no nos distinguimos precisamente por demostrar nuestro amor y respeto al prójimo. 

Así que, anarquistas aparte, casi todos convenimos en acatar ciertas normas básicas en aras de la convivencia y el bien común. Cosas sencillas, como “no le arrancarás los ojos al vecino”, “no le rebanarás el pescuezo por mucho que te parezca que se lo merece”, etc.

Aceptamos implícitamente la presencia del sistema legal como algo necesario.  Creemos que nos ayuda a mantener la paz y el orden.  Su existencia nos proporciona cierta «sensación de seguridad y protección«.

El éxito del sistema puede ser discutible, pero su extensión no.  El código de Hammurabi es el ejemplo más antiguo de corpus legal que se conserva y tiene casi 4.000 años.  Imagino que no fue el primero.  Desde luego, no fue el último.

Incluso la religión tiene “mandamientos” que cumplir (leyes), pecados (delitos tipificados) y penitencias (castigos aplicables).  (Lo que me pude reír en su momento con esta escena de «El Milagro de P. Tinto»…)

Pero este artículo no es para hablar de política ni de religión, sino para entender cómo funcionamos y cómo es que «lo nuestro» ha llegado a ser «de juzgado de guardia».

El Juzgado interior: un Juzgado «de guardia».

Seguramente habrás oído o leído sobre el “niño interior”: ese niño que todos llevamos dentro y que pide ser escuchado y atendido.  Es un concepto tan extendido que a casi a todo el mundo le suena.

He buscando «niño interior» en google y he encontrado casi ¡¡ siete millones de resultados !!

De lo que no se suele hablar es de: “El Juzgado Interior”.  (Al buscarlo en google, solo he encontrado fotos de los interiores de los juzgados.  😉 )  Pero existe.  ¡¡ Vaya si existe !!

Tenemos el funcionamiento del sistema legal totalmente interiorizado.

Tanto, que es como si todos llevásemos incorporado un juzgado entero dentro.  Con toda su parafernalia: jueces, fiscales, abogados, acusados, alguaciles, calabozos, sentencias, verdugos y todo tipo de castigos.  Torturas, ejecuciones… ¡¡ De todo !!

Cuando hablo de jueces, fiscales, abogados y demás, más que a determinadas profesiones relacionadas con el mundo legal, me refiero a «los arquetipos».

Las pelis y series americanas de temática legal los retratan muy bien: los delicuentes que infringen la ley, los polis que los atrapan, los fiscales que les acusan, los abogados que les defienden, los jurados y el juez que emiten sentencias, los castigos aplicados (multas, mazmorras, calabozos, ejecuciones…)

Y los chanchullos internos, la corrupción, los «vacíos legales»…

¡Ah!  Y las «víctimas», por supuesto.  Casi se me pasan…

Podemos considerar este Juzgado Interior como un Juzgado de Guardia porque no descansa jamás.  No para.  Todo el día dale que te pego, juzgando y emitiendo sentencias y condenas.

En serio.  Si no te lo crees, descárgate esta guía y verás todas las formas en que se camuflan los juicios.  No se te volverá a escapar uno.  Por sutil que sea.  😉

¿Qué hay detrás de todo?

No voy a discutir si el sistema es «justo» porque podríamos eternizarnos en eso.  Y más viviendo en España, con el panorama que tenemos.

Desde un punto de vista idealista y romántico, tendemos a pensar que cualquier sistema legal tiene como finalidad «defender La Justicia«.

A ver…  Puede ser.

No te diría yo que no.

Pero me pasa con la Justicia lo mismo que con el Amor: no tengo muy claro lo que es.  Además, el hilo que separa la justicia de la venganza es tan tenue…

Yo diría más bien que lo que sustenta este sistema y está detrás de todo es: LA LEY.  (Sea «justa» o no).

Independientemente de quién la haya dictado y para qué.  Y de lo actualizada que esté.

No nos engañemos: tradicionalmente, las leyes han sido el medio para que el poder pudiera (valga la redundancia) alcanzar sus fines en cada momento.

Lo de legislar por el bien común es muy bonito y utópico, pero no siempre es cierto.

lo tuyo es de juzgado de guardia
Adoro a Forges

Sea como sea, el sistema está diseñado para hacer cumplir la LeyDesde el miedo al castigo que te puede caer si no la cumples.

Quédate con la copla:  es un sistema basado en el miedo.  En el que…

LA LEY es la madre del cordero.

En nuestro sistema político democrático, nos han enseñado que hay una «división de poderes».  ¿Te acuerdas?  En efecto, me refiero a aquello de: legislativo, judicial y ejecutivo.

El legislativo «crea» las leyes, el ejecutivo se ocupa de que esas leyes se cumplan , y el judicial interpreta esas leyes (tócate los pies) y dicta castigos para las infracciones, según esa «interpretación».

Lo de la división puede ser más o menos discutible (normalmente quien tiene el poder, hace las leyes, las hace cumplir, y dicta las sentencias como le conviene).

Pero lo que no es discutible es que, detrás de todo, está LA LEY.

Todos los sistemas legales están diseñados para que LA LEY se cumpla.  (Lógicamente, si no quieres que se cumplan, no tiene sentido dictar ley alguna).

Tu sistema «legal» interno (el que está detrás de tu Juzgado de Guardia) no es una excepción.  También hará cumplir LA LEY.

Pero…  ¿qué ley?

Todos tenemos nuestra propia «Constitución» personal.

En nuestro sistema de poder interior ocurre lo mismo:  LA LEY es la clave de todo.

Con la particularidad de que cada uno tenemos nuestra propia LEY: nuestra «Constitución«.  

Este «corpus» legal personalizado incluye normativas de todo tipo: religiosas, políticas, culturales, sociales, familiares…  que vamos recopilando desde la infancia.

A medida que vamos creciendo y vamos pasando por diferentes experiencias, a veces «reformamos» esta Constitución.  Añadimos, eliminamos o cambiamos normas según las experiencias por las que vamos pasando.  (Quizás la reforma más importante de esta Constitución personal se dé en la adolescencia).

Pero las bases de estos códigos se adquieren en la infancia.  Y, cuando crecemos, seguimos obedeciendo ciegamente esas leyes.  La mayoría de las veces, sin ser conscientes de ellas.

Todo porque hemos asimilado un sistema que está diseñado para que la ley se cumpla, no para cuestionarla.

Si no te sientes cómodo hablando de leyes, puedes hablar de CREENCIAS.  Juzgamos el mundo basándonos en ellas, así que vienen a ser lo mismo en nuestra metáfora judicial.

Sentando las bases de nuestra «Constitución».

Las leyes familiares (o creencias familiares) son casi las primeras en «constituirnos» y muchas veces hacen de «filtro» para todas las demás. Porque, antes que en una sociedad o sistema político, nacemos en un determinado clan, y cada clan tiene sus normas.

En mi familia, por ejemplo, tirar un papel al suelo es casi un pecado capital. En otras, ni siquiera un pecadillo.

¿Qué importancia tiene eso?  Que, a diferencia de la mayoría, yo me siento fatal (culpable) si tiro un papel al suelo.  Nací y me crié en un clan en el que ensuciar la calle era delito.

Este tipo de cosas nos marca muy sutilmente y nos va dando forma.

Una vez tenemos instalada nuestra Constitución (e incluso mientras la estamos instalando), damos por sentado que esa la verdad absoluta, y juzgamos todo lo que pasa a nuestro alrededor en función de ella. Nos identificamos con ella y la defendemos a muerte.  Sin cuestionamientos.

Esto me recuerda este vídeo que vi hace tiempo en internet.  Unos niños en la guardería discuten sobre si está lloviendo o está chispeando (en perfecto inglés).  No sé si la edad de los niños protagonistas alcanza los 4 años.  Ni sé si tendrán una idea clara de lo que significa «llover» o «chispear», ni de la diferencia entre ambas cosas.  Pero defienden a machete lo que sus madres (su clan) defienden. 

Así somos.  Y así crecemos.

Tenemos que ser aceptados por el clan para sobrevivir, y acatamos sus leyes sin rechistar, haciéndolas nuestras.

Es una cuestión de supervivencia.

Al igual que absorbemos un idioma, sea el que sea, absorbemos las leyes, tabúes y normas implícitas en nuestro clan y nuestro entorno. Y nos adaptamos a ellas.

Esa adaptación, suele suponer un condicionamiento inconsciente que nos marca para toda la vida.  Porque las leyes (o creencias) que asimilamos en esta fase, pasan a formar parte de nuestro código directamente y sin ningún tipo de filtro.  No las elegimos conscientemente; las incorporamos para sobrevivir.

Pero no solo incorporamos las leyes, sino el sistema en sí.  Ambos al mismo tiempo.

Salvo que seas un psicópata o te veas en la necesidad de defenderte, algunas leyes las respetas de manera natural.  Como no matar o no dañar gravemente a alguien.

Si tienes un nivel de empatía «sano», hacer daño duele.

Pero hay normas secundarias más o menos arbitrarias que no son tan fáciles de cumplir.  Como no desear al cónyuge del prójimo o no alimentarte con comida ajena cuando tienes hambre.

Si eres pequeño, seguramente para ti no tenga ninguna lógica que te prohíban llevarte de la tienda ese juguete que tanto te gusta.  Está ahí.  Hay muchos.  ¿Por qué no?

A base de berrinches e imposición de límites, vas entendiendo que existe la propiedad privada y que, para llevarte un juguete, primero tienes que pagarlo, porque si no…  Eso es «robar» y vas a la cárcel.

Y lo de «ir a la cárcel» suena fatal.  Aunque no sepas muy bien lo que significa.

La carga emocional que le ponen los adultos a lo de «ir a la cárcel» es demasiado espeluznante como para arriesgarse a terminar allí.

Así aprendes que:

LA LEY está para cumplirla.  Y, si no lo haces, eres CULPABLE y mereces un CASTIGO.

Por fin vamos llegando a «lo chungo» de los juicios…

La interiorización del sistema.

Para cuando te quieres dar cuenta, » estás dentro» del sistema.  O más bien el sistema está dentro de ti.  De ahí lo del Juzgado Interior.

Lo has aprendido y asimilado TODO: no solo las leyes, sino todo el sistema.

Es la forma en que te han puesto límites, la manera en que te han educado.  La manera incluso en que educas tú.  Si eres mayor, a tus hijos.  Si eres pequeño, a tus juguetes o mascotas.  Porque has aprendido que «así funciona todo«…

Te has convertido en un juzgado con patas.  Con todos sus personajes incorporados.

Diferentes papeles y personajes.

No siempre juegas el mismo papel en tu propio juzgado (aunque algunos tenemos tendencia a encasillarnos, por ejemplo como víctimas y verdugos).

Lo normal es que vayas rotando: unas veces acusas, otras defiendes, otras condenas, otras eres condenado…

  • Cuando acusas a alguien de algo, estás actuando el papel del fiscal.  No hace falta que le acuses de asesinato, con que digas «qué delgada está la muy puta», ya tienes el juicio montado.
  • Si tienes la costumbre de poner excusas… es porque te estás anticipando al juicio que te va a caer.  Por si acaso, vas preparando tu defensa: estás jugando el papel de abogado.
  • Cuando te sientes culpable, tú mismo te has sentado en el banquillo del Acusado y te has sentenciado.
  • Que no se nos olvide, que en la mayoría de delitos hay víctimas.  Te pueden llamar a declarar como tal también.  Este es un papel en el que más tendemos a encasillarnos.

Da igual en qué lugar de la sala te sientas.

Te sientes donde te sientes…  el juicio está en marcha.  Se hará cumplir la ley, se buscará al culplable y será castigado.

juzgado de guardia

Lo malo es que… ES TU JUZGADO interior.

Allí dentro no hay nadie más.

Aunque creas que pones a otro en el banquillo del acusado, no es verdad.

Solo estás tú.

Juegas todos los papeles porque los has interiorizado.  Has interiorizado el sistema para poder adaptarte a él.

Y si no hay nadie más que tú…

¿Quién crees que va a ser condenado y castigado?

En efecto.  Tú mismo.

Es lo paradójico del caso y donde reside la trampa oculta de «los juicios»: «lo chungo» del asunto.

Que, en realidad, el único que está siendo juzgado eres tú.  Y tú serás el único condenado y castigado.

Esto cuesta entenderlo, la verdad.  Es bastante holográfico y cuántico.  No es precisamente el estilo de pensamiento al que estamos acostumbrados.

Con lo bien que sienta poner a alguien a caer de un burro…  ¿Es que ya no voy a poder hablar nunca mal de nadie?

Pues no lo sé.  Es tu decisión.  Yo no tengo jurisdicción en tu Juzgado Interior, solo en el mío.

Te lo cuento para que lo observes, para que te observes.  Para que veas si realmente los juicios «te sientan bien».

Yo estoy aprendiendo a hablar desde mí.  A no decir «fulanito es imbécil» sin más, sino a darme cuenta de que, en alguna parte de mi Juzgado Interior, yo me estoy juzgando a mí misma como imbécil cuando hago lo mismo que tanto me molesta de fulanito.

Lo que hace fulanito no es ni imbécil ni no imbécil, la «imbecilidad» la pongo yo, no sé si me explico.

La toxicidad de los juicios.

Te habrás ido dando cuenta de que lo de hacer juicios no es inocuoGenera «residuos tóxicos»: sobre todo culpa.  Dolor, sufrimiento…  Aparte del miedo que sustenta todo el sistema.

De hecho, estos residuos, estas toxinas, te pueden servir para reconocer la presencia de juicios cuando estos se ocultan.

Y es que los juicios no siempre son tan claros como un simple «pero mira que eres tonto«.  A veces se disfrazan de cosas socialmente aceptables como el sacrificio, por ejemplo. Es entonces cuando más peligrosos son, porque resultan más difíciles de identificar.

El sistema de pensamiento del juicio es realmente tóxico y limitante.  Conviene aprender a reconocer todas sus triquiñuelas.

Si quieres saber más sobre cómo identificar juicios ocultos en forma de hábitos de pensamiento limitantes, te lo cuento todo en esta esta guía que puedes descargarte de manera gratuita.

O a lo mejor prefieres seguir haciendo juicios.  Total, llevamos toda la vida echando culpas fuera, buscando «chivos expiatorios» para aliviar nuestra culpa.

Acusar sienta tan bien a veces… Pero en última instancia, recuerda que no hay nadie ahí dentro (en tu Juzgado Interior), solo tú.  Si acusas, te acusas.

La primera condena (el primer castigo) suele ser cumplir la acusación.  Como si de una profecía se tratase.  No sé si lo habrás observado.  Condenarte por inútil te suele llevar a ser cada vez más inútil.

Es curioso.  Normalmente solo condenamos aquello que nos irrita o nos incomoda de alguna manera.  Y lo que irrita a uno, puede dejar a otro indiferente.  Eso es porque contraviene alguna de las leyes de nuestro código legal particular, y éste difiere de persona a pesona.

[taq]Aquello que condenas dice más de ti que de aquél a quien estás condenando.  [/taq]

Es una proyección total.  Observar qué te molesta y por qué es una manera estupenda de ir reconociendo cuáles son las leyes de tu Constitución interna (TUS CREENCIAS).

A mí los juicios me sientan fatal.

Te pongo un ejemplo real, de mi vida misma.

No sé si eres fan de Juego de Tronos… Yo sí.  ¿Te acuerdas de Ygritte y su «no sabes nada, Jon Nieve»?  Muy jueza ella…

Yo tengo una jueza interna parecida, con el siguiente mantra: «no vales nada, Mariluz».

Seguramente esta jueza (que soy yo misma) está aplicando este veredicto en interpretación de alguna ley (creencia) de mi Constitución.  Alguna que dice que para valer hay que ser perfecta o saberlo todo o algo así.

Da igual.  La sentencia es «no vales nada».  Culpable de no valer.  Incompatible con recibir dinero, claro (estaría dando valor a lo que hago). El síndorme de «sentirse estafadora».

Lo malo es que la culpa busca castigo y la vida te suele mostrar tus juicias con un «¡zas, en toda la boca!» tarde o temprano.

El «castigo» en mi caso fue muy curioso (y evidente): fui a ingresar dinero al banco y me habían colado un billete falso.  Sin valor.  Me «estafé» a mí misma 50 pavacos con la tontería.  Porque me sentía culpable como «estafadora».

A mí el castigo me ayudó a darme cuenta de la existencia de ese juicio y, gracias a él, de la existencia esa ley interna (creencia) de autoexigencia y desvalorización.

Ya sé que no es fácil adaptarse a esta forma de pensamiento.  Es incómodo. Como suelo decir: «si no te resuena nada, apártalo y cómete las patatas».

Pero si por alguna parte te resuena…  Obsérvalo.

Puede que en algún momento te apetezca desmontar el chiringuito de tu Juzgado Interno y reconvertirlo… no sé, en un espacio lúdico, una biblioteca, una sauna…  😉

El PERDÓN «cuántico».

Seguro que se te ha pasado por la cabeza pensar «oye, que el veredicto de inocencia existe«.

En teoría, sí.  Pero al subconsciente no te creas que le sirve de mucho.

Digamos que, una vez entras al Juzgado, la mancha está en tu expediente.  El susto de la «citación judicial» se queda ahí.

Además, en el caso del «perdón clásico» (el de toda la vida, el de Misa, vaya), el perdón por algún delito está asociado al delito indefectiblemente.   Por lo tanto, la falta sigue ahí.

Has sido perdonado «por algo».  Pero ese «algo» sigue estando ahí.

Lo pedimos en plan: «perdóname, Señor, porque he pecado».  Así que el pecado sigue estando presente.  Y con él, la acusación, el Juicio y el tinglado en general.  Y el castigo, claro.

Decir «perdóname porque he pecado» es casi pedir una condena a gritos, aunque suene a todo lo contrario.  Lo que queda por ahí vibrando en el eco, no es el perdón sino el: «he pecadooo… he pecadoo… he pecadoooo».

Te recuerdo que en tu Juzgado Interior estás tu solo.  No hay nadie más.  Así que solo tú puedes perdonarte.

Ya sé que es un lío de narices esto de pasar  de lo clásico a lo «cuántico/holográfico» y pensar en que somos todos los papeles a la vez.

Pero a veces basta con cambiar una letra.  😉

Mira esta frase típica de perdón clásico:

«te perdono por haberme pegado».

Sólo con cambiar la primera letra (una «t» por una «m»), el resultado se ajusta más al perdón cuántico:

«me perdono por haberme pegado».

Papeles complementarios.

Que no me he pegado yo, ya lo sé.  No físicamente al menos.  Pegarse a uno mismo es un poco complicago, tienes muy mal ángulo..

He tenido que utilizar a otro para que me pegue.  Lo he atraído.  (Ya, ya sé que esto escuece.  Qué me vais a contar…)

Alguna de mis leyes interiores (CREENCIAS) he debido quebrantar para atraer un catigo en forma de tortazo.

Si la culpa busca castigo, la víctima atrae al verdugo.  Ambos son personajes complementarios en «el juego del Juzgado».  Aquello de «no hay víctima sin verdugo y no hay verdugo sin víctima» es totalmente aplicable a estos casos.

Pero déjame ir más allá: ninguna de las dos figuras es posible sin nuestro sistema de «Juzgado».

Pasa lo mismo con acusadores y acusados, policías y delicuentes, delicuentes y víctimas (otras versión de víctimas y verdugos)…

Por la ley de Atracción y Complementariedad, no pueden existir el uno sin el otro.  Y todos existen dentro de «el juego del Juzgado».  Y, detrás de todo ello, sigue estando LA LEY (las creencias).

Me pregunto: ¡¡ ¿habrá alguna forma de vivir fuera del puñetero Juzgado? !!

Desmontando el chirinquito judicial.

Desde dentro del Juzgado, interpretamos que alguien «sin pecado» es alguien que cumple escrupulosamente LA LEY.

Pero…  ¿Y si en realidad la inocencia y la ausencia de pecado están en «salirse del Juzgado»?

Ojo, no estoy defendiendo (me anticipo al posible juicio) que vivamos en total anarquía y que vayamos por ahí haciendo lo que nos da la gana desde el ego: robando, matando, violando…

NO.

Por «salir del Juzgado» (o de la matrix), me refiero a dejar de pasar toda nuestra experiencia por el filtro de los juicios.  Para vivir desde la consciencia, la responsabilidad y la coherencia.

¿Será posible?  ¿Hasta qué punto?  ¿Es algo que solo podemos hacer de adultos?  ¿Hay alguna forma de educar a los niños sin hacerles interiorizar este sistema de Juzgado?  No lo sé.  Bastante tengo con lidiar con mis juicios automáticos en este momento.

Lo que sí entiendo es que: si no hay Juzgado, no hay ni víctimas ni verdugos.  Ni culpables, ni castigos, ni los miedos asociados.

A lo mejor el verdadero perdón consiste en hacer algo para que todo ese proceso judicial tan dual (malo/bueno, inocente/culpable) quede borrado…

Hasta el punto de no poder completar la frase «te perdono por…» porque la falta ya no está.  Ha sido perdonada.  No hubo juicio.  No consta en ningún expediente.  Nada.

¡¡ QUÉ PAZZZ !!  (Me imagino).

Disolución del Juzgado.

¿No se disuelven las Cámaras (Congreso y Senado) cuando se terminan las legislaturas?  ¿Por qué no podemos disolver cada uno nuestro Juzgado?

A veces pienso que, el día que evacuaron el Paraíso, caímos directamente cada uno en nuestro Juzgado.

¿No querías jugar a juzgar y separar el bien del mal?  Pues hala, Adán, majo.. «juzga hasta que te jartes».

Suena de lo más infernal…  A sufrimiento.  Una condena de destierro perpetuo.

Tengo una esperanza: que lo de «El Juicio Final» no se refiera al fin del mundo en general sino solo al fin de los juicios.  Al último juicio en realidad.  ¿Tendrá billete de vuelta el viaje del Paraíso al Juzgado?  ¿Volveríamos así al Paraíso?

Probablemente no.  Pero a lo mejor sí al cielo…  En la Tierra, eso sí.

Pero este tema lo dejo para otra ocasión.

[taq]El que esté “libre de juicios”, que tire la primera piedra.[/taq]

Pero, como decían en la escena de la lapidación de «La vida de Brian»: «sin precipitarse, que aún no hemos empezado».

Por cierto.  Si has llegado hasta aquí leyendo, GRACIAS.  Seguro que te convalidan primero de derecho.  O alguna asignatura.  O por lo menos un parcial…  😉

Te recuerdo una vez más que he preparado una guía bastante completa para aprender a reconocer todo tipo de juicios, encubiertos o no.  Los he clasificado según sus efectos tóxicos y limitantes.  Puedes decargártela gratis aquí.

Déjame tu parecer, reflexión, piedra o gravilla en los comentarios.  Puedes blasfemar y todo.   (Es que me he quedado sin piedras).

Mil gracias por leerme.

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Mariluz Ortega

La autora:

Hola, soy María Luz Ortega. Alma mater de "El Bosque Mágico de Ávalon".
Gracias por pasarte por este Bosque tan especial. :-)
Si quieres saber algo más, visita la sección "sobre mí" de esta página.


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