0 Mariluz Ortega

Excelencia, maestría y dinero.

Este relato sobre la excelencia, la maestría y el dinero está inspirado en una Lectura de Registros Akáshicos que hice el otro día.  Os lo comparto porque la historia me emocionó profundamente.

Jonás, el Herrero.

«Jonás había nacido para ser herrero.  Como su padre antes que él, y su abuelo…  La familia de Jonás siempre se había hecho cargo de la herrería del pueblo.  Desde hacía tantas generaciones, que el oficio se había convertido en apellido.

Así, a Jonás se le conocía de pequeño como Jonasín el Herrero.  Incluso cuando no levantaba dos palmos del suelo.

En cuanto tuvo la fuerza suficiente para levantar el martillo, Jonás empezó a ayudar a su padre en la herrería, haciendo todo tipo de trabajos.

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Un día, que su padre estaba enfermo, encargaron a Jonás el arreglo de la empuñadura de la espada de un caballero. 

Era la hora de la comida, así que Jonás aceptó el encargo y dejó la espada sobre la mesa de trabajo.  Mientras comía no podía apartar la vista de la espada.  Algo en ella le llamaba, le atraía. ..

Dejando la comida a medias, Jonás se levanto y cogió la espada.  La sopesó, la blandió en el aire…  y empezó a trabajar en ella.  No había trabajado nunca con una espada, solo había visto a su padre hacerlo.  Pero, de alguna manera inexplicable, sabía perfectamente lo que tenía que hacer. 

Se dedicó a esa espada de lleno, dejando de lado el resto de encargos.

A los pocos días, cuando su padre estaba repuesto y los clientes empezaron a reclamar sus encargos, Jonás recibió una bronca monumental.  A la familia no le sobraba precisamente el dinero y no podían permitirse prescindir de lo poco que ganaban en la herrería perdiendo clientes y prestigio por los retrasos.

En ello estaban padre e hijo cuando el caballero volvió a recoger su espada.  El padre dejó la regañina de lado por un momento para atender al caballero.

– Señor, aquí tenéis vuestra espada, espero que el arreglo sea de vuestro agrado.

El caballero empuñó su espada y al instante notó algo extraño.  Eran muchas las horas de entrenamiento, la espada era prácticamente una prolongación de su mano.  Pero esta no era del todo su espadada…  No se sentía igual.  Había algo diferente, algo…

Se apartó de la herrería para salir a espacio abierto y empezó a blandir la espada con los movimientos que tantísimas veces había ensayado.  Y le sorprendió descubrir que, de algún modo inexplicable, la espada había mejorado.  Estaba más equilibrada, cortaba mejor el aire… No sabía explicarlo.  Nunca le había resultado tan fácil usarla.

guerrero

Miró la empuñadura, que era el motivo por el que había llevado la espada a arreglar.  Pero no tenía sentido.  Ese pequeño arreglo no podía haber cambiado tanto la manejabilidad de una espada.

Perplejo, miró al herrero.  Y a la espada.  Y al herrero otra vez.  Hasta preguntar:

– ¿Qué le habéis hecho a mi espada?

De inmediato, el herrero, consciente de la posible metedura de pata de su hijo por su inexperiencia, se excusó:

– Perdonad, señor, yo he estado unos días enfermo y no he podido hacerme cargo personalmente.  Ha sido mi hijo quien ha completado el trabajo.  Ved que es joven e inexperto.  Decidme qué le pasa a la espada y yo mismo me haré cargo enseguida.

El caballero miró aún más perplejo hacia Jonás, que empezó a encogerse de miedo.

– ¿Qué le has hecho a la espada, muchacho?

A Jonás no le llegaba la camisa al cuerpo.  Sudaba profusamente, el corazón le latía al galope y sentía que estaba a punto de desmayarse.  Ya se veía desterrado, ahorcado o algo peor.  Sintió sobre sí la mirada del caballero por lo que le pareció una eternidad, hasta que escuchó algo que le llenó de alegría:

– ¿Podrías hacer lo mismo con más espadas si te las traigo?

Y así fue como Jonás empezó a ser conocido por su mágico don con las espadas.  Dejó de hacer herraduras y cualquier otro tipo de trabajos, que quedaron para su padre y sus hermanos.

La fama de manejabilidad y buen uso de las espadas que Jonás hacía se fue extendiendo.  Caballeros de todas partes acudían a él para comprar sus espadas.  Algunas incluso se hicieron famosas y alcanzaron renombre, ganando muchas batallas.

Poseer una espada hecha por Jonás se convirtió en un privilegio.

Jonás sigue cobrando lo que para él es justo.  Está orgulloso de su trabajo, pone el alma en cada espada.  Podría cobrar diez veces más.  Podría cobrar lo que quisiera.   Él cobra lo que en justicia siente adecuado y es feliz con su trabajo.

Sus espadas valen lo que cuestan.  No son especialmente hermosas por sus empuñaduras o repujados.  Son hermosas por su calidad, porque están muy bien hechas, porque están hechas con el alma, porque cada una es única.  Tanto que a Jonás le cuesta a veces dejarlas marchar una vez terminadas.  Es como ver marchar un pedacito de su alma.

A menudo los guerreros que acuden a Jonás para comprar sus espadas, le dan algo más del precio convenido en cuanto las prueban.  «Realmente son de las mejores del mundo», suelen comentar.

Eso no ha cambiado a Jonás.  Sigue siendo feliz con su trabajo: haciendo las mejores espadas que salen de sus manos.  Y la gente que se las compra comparte también esa felicidad, ese tremendo placer de tener una buena espada en la mano.  Una espada excelente, fiable.  Una espada con alma.  Se llevan algo único y lo saben. 

Pagarían lo que Jonás les pidiera. Pero no es el dinero lo que hace feliz a Jonás. 

Él es feliz haciendo espadas.  Hace pocas porque dedica mucho tiempo a cada una y las hace muy bien.  El hecho de que estén tan bien pagadas le permite dedicarse en exclusiva a ellas.  Es feliz recibiendo el pago porque ese dinero le recuerda la espada que ha dejado marchar y le permite compartir esa felicidad con sus paisanos.  Gracias a él puede comprar nuevos materiales para hacer más espadas, un delantal nuevo cuando lo necesita, leña para alimentar el fuego de la fragua, pan para su familia, ratos divertidos compartiendo una jarra en la taberna…

Jonás sabe que su riqueza es riqueza también para el lugar donde vive y la disfruta y comparte alegremente con sus vecinos.  Es feliz así, llevando esa vida sencilla y haciendo lo que más le gusta en el mundo: espadas.»

No te sientas mal por cobrar por aquello que mejor se te da y que te hace más feliz.  Porque esa es la maravilla de la vida.  Ése es dinero limpio, dinero feliz.  El que te dan por hacer aquello que más te gusta en el mundo y que mejor sabes hacer.  Es un dinero que tus clientes te dan felices y que te hace feliz a ti.

Siéntete feliz y honrado por recibirlo.  Aquellos que te lo dan son felices de dártelo, pues saben que están recibiendo algo precioso a cambio.


Mariluz Ortega

La autora:

Hola, soy María Luz Ortega. Alma mater de "El Bosque Mágico de Ávalon".
Gracias por pasarte por este Bosque tan especial. :-)
Si quieres saber algo más, visita la sección "sobre mí" de esta página.


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