R44 31/10/2020

0 Mariluz Ortega

El príncipe que padecía el síndrome que empieza por P.

Érase que se era, un príncipe matadragones llamado Oliver, que había nacido en un reino infestadito de dragones.  (Este es el artículo del DIA4.  Como es fin de semana, me he dado un poquito más de tiempo para escribirlo, así quees un poco más largo).

Los dragones plagaban el reino desde que se tenía noticia y los había de todas clases y tamaños. Había dragones pequeños poco mayores que una vulgar la gartija, que mordían, revolucionaban y desquiciaban a todo el mundo, dragones un poco mayores, que robaban la comida de las cocinas, molestaban a los niños y no dejaban en paz a las mascotas, y dragones de tamaño importante, desde los que diezmaban al ganado hasta los que destrozaban castillos enteros solo por diversión.

El oficio de matar dragones era tan necesario que era condición imprescindible tener una buena lista de capturas en tu haber si querías casarte con una buena princesa, por supuesto. No había mayor fama que ser un matadragones de primera división. Los matadragones de primera tenían los mejores coches y las más bellas mujeres y los empresarios eran capaces de vender a sus propias madres con tal de que un matadragón de primera anunciara sus productos.

Lo de Oliver por los dragones era pura vocación. Tenía un ala del castillo repleta de todos los números habidos y por haber de la revista “jara y sedal, lanza y puñal” y no se perdía un solo programa de “caza extrema” en el Discovery Channel. Sus aposentos siempre estuvieron forrados con los pósters de los matadragones más famosos de la historia y había hecho toda formación, curso y máster sobre matar dragones que había disponible en la red.

Pero Oliver estaba triste. Rondaba ya la treintena y aún no había podido casarse. Por muchas vueltas que le daba, no entendía por qué.

Desde la primera vez que acudió a una convocatoria casamentera, siempre le había pasado lo mismo: acudía con gran ilusión al castillo de la princesa casadera y la reacción de ellas al verle solía ser positiva (al fin y al cabo Oliver era un príncipe pulcro, bien educado y de buena planta). Los suegros tampoco reaccionaban mal en el banquede de bienvenida, se pasaba horas con ellos elogiando las capturas más grandes de la historia (Oliver se las sabía todas y era bueno narrándolas).

El problema llegaba a la hora LinkedIn. Después de los dos días de rigor en los que la potencial familia política conocía a los pretendientes, llegaba la hora que Oliver había llegado a temer: el potencial Rey político (su posible futuro suegro) miraba los curriculum vitae de los pretendientes y, de manera indefectible, Oliver siempre era rechazado.

Las primeras veces, Oliver se lo tomó con deportividad. Nadie había hecho más cursos y másteres sobre dragones que él, seguro. Pero era joven, y resultaba lógico que los suegros potenciales prefirieran casar a sus queridas hijas con algún príncipe más mayor.

Pero fueron pasando los años y la cosa no cambiaba y Oliver simplemente dejó de acudir a las convocatorias y abandonó la idea de encontrar esposa. Pasaba los días encerrado en sus aposentos, enterrado entre libros, revisando y repasando todos los cursos que había hecho.

La Reina Madre no podía soportar ver a su hijo alicaído y deprimido. Eso… y que empezaba a pensar que se quedaría sin nietos (Oliver era su único y querido hijo), la llevó a buscar ayuda.

Al castillo acudieron sanadores de todos los rincones del reino. Examinaron a Oliver y le sometieron a toda clase de experimentos. Buscaron respuestas en los astros y en las runas. Le recetaron toda clase de pócimas y unguentos. Pero nadie supo dar un diagnóstico y el príncipe Oliver no mejoraba de su aflicción.

La Reina Madre estaba desesperada.

Tan desespeada que hizo algo que en su día juró que no haría jamás: acudir a su hermana, casada con un Rey de un reino muy muy muy lejano y exótico en el que se decía que practicaban extrañas medicinas. Tal vez ella sabría de algún especialista que pudiera ayudar. Así que se tragó su orgullo y le mandó un whatsapp real.

Los días pasaron sin novedad hasta que un buen día, la Reina Madre recibió un audio de su hermana. El audio era largo y no entraremos en detalles familiares. Diremos, eso sí, que la tía de Oliver se alegró tanto de saber de nuevo de esta rama de la familia que el especialista estaba ya de camino con todos los gastos pagados y que esperaba de corazón que pudiera ayudar.

Por fin, una semana después, llegó el Especialista.

Ante la expectación de casi todos los habitantes del castillo, examinó a Oliver de arriba a abajo. Se encerró con él en sus aposentos y le hizo mil preguntas. Examinó su redes sociales, sus contactos, sus publicaciones, su blog y hasta su perfil de LinkedIn.

Se quedó un buen rato mirando como al vacío por la ventana de los aposentos de Oliver y, de repente, exclamó: “Creo que ya sé lo que le pasa. Me retiraré hoy a meditar y al alba os traeré la solución. En tres meses será la próxima convocatoria nupcial y, si hace lo que le indico, Oliver estará curado y se casará.

Con gran teatralidad, El Especialista miró a la Reina Madre y luego a Oliver y añadió “os lo advierto: no será fácil”. Y, sin dar más explicaciones, se puso la túnica de abrigo y se marchó.

Ni que decir tiene que nadie en el castillo durmió aquella noche. Estaban todos preocupadísimos pensando en cuál sería el mal que aquejaba al príncipe y, peor aún, cuál sería ese remedio que tan difícil resultaría. ¿De verdad conseguiría ese remedio que el príncipe triunfara por fin y consiguiera una esposa?

Cuando empezó a clarear, tal y como había prometido, El Especialista llegó al castillo y entró en el salón principal, donde le recibieron un agradable olor a café y una expectación tan densa que casi podía untarse en las tostadas. La Reina Madre no tuvo tiempo ni de hacer ademán a las muchachas de la cocina para que le ofrecieran un desayuno al especialista cuando este exclamó: “Tengo el diagnóstico. Y tengo la solución. El príncipe padece ‘el mal que empieza por P’ y deberá seguir al pie de la letra mis instrucciones si es que desea curarse”.

A la Reina Madre le temblaban las piernas. Muy malo tenía que ser ese “mal que empezaba por P” si ni siquiera el Especialista se atrevía a nombrarlo… ¿En qué consistiría ese mal? ¿Por qué nadie más en todo el reino había sabido diagnosticarlo? Sin embargo, se animó al ver que su hijo, el príncipe Oliver, se levantaba y preguntaba al especialista “muy bien, dígame entonces, señor Especialista: ¿qué es lo que debo hacer?” ¿Era vida eso que se veía en sus ojos? Le había visto tan depirimido últimamente, que verle con bríos hizo que la Reina Madre abrigara una brizna de esperanza.

Cuando El Especialista habló, el príncipe ya se hallaba frente a él, presto a recibir sus instrucciones.

Majestad, mi viaje ha sido largo y he de regresar a mi lugar de origen hoy mismo, pero seguiré vuestros progresos de cerca. De hoy en adelante y durante toda una Luna, debéis enviarme un wahtsapp. En él debéis fotografiar un dragón que hayáis matado justo ese día, empezando por hoy. Pero debéis seguir al pie de la letra mis instrucciones. Hoy mataréis un dragón no mayor que vuestra mano”.

El revuelo entre los habitantes del castillo fue inmediato y el príncipe se indignó. “¿Un dragón enano? ¿Yo? ¿El gran Oliver? ¡Jamás! ¡Es indigno! ¡Es ridículo! ¿Cómo os atrevéis? ¡Farsante!

La Reina Madre, que conocía a Oliver como si lo hubiera parido, se había acercado a él con sigilo y, viendo que estaba a punto de recurrir a la espada, puso su mano en la mano de su hijo con cariño y le dijo al oído: “hijo, por favor, escúchale. Es solo una Luna”.

Al escuchar a su madre, Oliver recapacitó y dijo a Especialista: “está bien, lo haré. Continuad”.

El Especialista entonces siguió diciendo. “Hoy mataréis un dragón no mayor que vuestra mano y me enviaréis foto de su captura por whatsapp al grupo que crearé con todos los habitantes de este castillo. Durante los siguientes días mataréis también un dragón cada día y me enviaréis su captura con una sola condición: cada día debéis matar un dragón que sea ligeramente mayor que el dragón capturado el día anterior”.

El cambio de postura y actitud de Oliver no pasó desapercibido para la Reina Madre. Al tener un propósito claro, había empezado mentalmente a repasar sus conocimientos para organizar sus capturas. Se podría decir que, aún dentro de su visible indignación, se veía incluso animado. Estaba a punto de darse la vuelta cuando la voz del Especialista tronó una vez más: “cuando esta Luna haya pasado, esperaréis nuevas instrucciones si queréis que la cura sea completa”.

El Especialista volvió a su tierra y la vida de palacio a la relativa normalidad. Día tras día, Oliver se afanaba en encontrar un dragón que capturar. El primero, del tamaño de su mano. Después, uno más grande cada vez. Se le veía entretenido y animado. Esa primera Luna pasó en un pispás y llegó el último día. Oliver envió el whatsapp con su última captura, un dragón rojo y negro precioso, del tamaño aproximado de un pastor alemán.

Unos minutos más tarde, el Especialista envió a Oliver nuevas instrucciones vía zoom. A estas alturas era importante que todo el castillo estuviera implicado y Oliver había perdido ya la vergüenza, así que se retransmitieron por la pantalla grande del salón.

En la siguiente Luna, Oliver debía capturar 10 dragones. Uno cada 3 días. También debía enviar foto de su captura por whatsapp. Esta vez debían ser dragones grandes, de un tamaño mayor que el de una oveja y menor que el de un caballo. La diferencia es que Oliver debía narrar su captura con todo lujo de detalles para que cualquier habitante del castillo pudiera entender su complejidad.

La Luna pasó rapidísima para Oliver. Estaba tan ocupado en localizar el dragón, echar mano de sus conocimientos para capturarlo y poner por escrito su experiencia que no se percató de un curioso fenómeno que empezaba a tener lugar.

La Luna pasó en un periquete y el príncipe Oliver cumplió su palabra. Ninguna de las dos lunas habían sido fáciles, pero él era un príncipe entregado a su deber y cumplió con las instrucciones del Especialista sin rechistar.

Una vez más, llegado el día, el Especialista entregó a Oliver nuevas instrucciones vía zoom, delante de todo el castillo y en la pantalla del salón principal: “majestad, solo queda una luna para la siguiente selección nupcial. Queda la Gran Prueba. Durante esta luna, capturaréis un dragón de los más importantes cada semana. Me enviaréis todo al grupo de whatsapp, como siempre y, el día señalado, acudiréis a la selección. Os pasaré la localización del reino en el que la selección casadera tendrá lugar en google maps y conseguiréis a la princesa”.

El castillo estaba revolucionado. El tiempo había pasado rápido. ¡Solo quedaba un mes! El príncipe Oliver se esmeró en buscar los dragones del tamaño adecuado y tiró de todo su saber y experiencia para documentar su caza y captura.

El fenómeno que había comenzado en la luna anterior se acentuó. De vez en cuando, cuando iba de acá para allá buscando pertrechos o acechando a su presa, el príncipe notabla que le miraban. Los aldeanos cuchicheaban cuando le veían pasar. En otros tiempos se habría preocupado y avergonzado y habría pensando que se mofaban de él por su soltería a su edad, pero ahora estaba tan ocupado con su dragón semanal que no tenía tiempo para tonterías.

Por fin, llegó el día. Sus cuatro dragones importantes habían sido capturados, la tercera luna había pasado y Oliver recibió la localización por google maps de la Selección Nupcial. La gran prueba había llegado.

Oliver se presentó en el reino en cuestión y vio que era el más viejo de todos los pretendientes pero, a esas alturas, ya todo le daba igual. Como siempre, entabló conversación con su potencial suegro y con los castellanos del lugar. Algo había cambiado, pero no sabía bien el qué.

En las última selecciones nupciales a las que había acudido, iba cabizbajo, seguro de su derrota. Poco a poco, había ido perdiendo incluso la ilusión por la caza del dragón. Secretamente aún soñaba con las grandes gestas pero tanta derrota seguida le había hecho desistir y se había vuelto incluso tímido. El momento de la elección de candidato le producía anténtico pavor. Sin embargo, esta vez se sentía seguro y firme. Se veía a sí mismo hablando de tú a tú con el Rey y no se lo podía creer. Nunca se había sentido así, de modo que, simplemente, decidió disfrutarlo. Habló con el Rey de dragones durante horas y se fue a dormir sin pensar en la prueba final.

Al día siguiente, llegó el momento que tanto había temido: la selección final. El Rey revisaría con su hija el currículum de todos los candidatos y elegirían al que sería el futuro esposo de la princesa y sucesor a la corona real. Oliver lo daba por perdido pero se sentía tranquilo cuando, oh sorpresa, divisó a una figura conocida junto al monarca: era el Especialista, que le estaba mostrando al Rey algo en una tablet ¿qué sería?

Redoble de tambores, fanfarrias…. Y por fin se anunció el nombre del candidato elegido. El Rey y la princesa se levantaron y dijeron las seculares y mágicas palabras que habían marcado desde siempre el destino de príncipes y princesas de los diferentes reinos: “and the winner is…”

¡El príncipe Oliver!

Oliver ya se estaba dando la vuelta y pensando en hacer las maletas para volverse a su reino así que tuvo que hacer un esfuerzo mental para darse cuenta de que, efectivamente ¡¡ había ganado !! Por fin sería el cazadragones titular de un reino en condiciones, podría casarse y darle nietos a su madre.

La celebraciones le cogieron por sorpresa. El Rey le había caído fenomenal y la princesa le parecía de lo más enrollada, le gustaba ese reino. Pero no podía dejar de preguntarse por el Especialista. Le corroía la curiosidad. ¿Qué había visto el Rey en aquella tablet? ¿Por qué le habían elegido esta vez y otras no? Y, sobre todo ¿cuál era relamente «el mal que empezaba por P«?

Tras días de vanos intentos y mensajes privados, por fin Oliver pudo hablar a solas con el Especialista. “Señor Especialista, os doy las gracias por todo lo que me habéis ayudado. Me habéis curado, sin duda, y por fin he conseguido esposa y ser matadragones titular. De hecho, creo que he logrado cierta fama, solo hoy al menos una docena de personas han pedido hacerse selfies conmigo. Estoy contento y, seguro que mi madre también lo está y así os lo habrá hecho saber. Pero, decidme, ¿cuál es ese mal que empieza por P? Y también siento curiosidad ¿qué le enseñásteis a mi futuro suegro en esa tablet?

El Especialista miró al príncipe a los ojos y sonrió. Después de un rato, le dio un abrazo y le dijo: «demos un paseo».  Caminando por los jardines del palacio, El Especialista comenzó a hablar:

Verás Oliver. Hablando contigo aquellas interminables horas en tu castillo y revisando tus redes y tu currículum, me di cuenta de que sabías mucho de dragones. Eras uno de los príncipes más preparados que he conocido nunca, sin duda. Pero había un gran problema y es que NUNCA habías capturado ningún dragón. Por lo que hablé contigo, soñabas con la captura perfecta, el dragón impresionante, ese cuya captura haría enmudecer de emoción a las masas… pero ese dragón nunca llegó. Tu currículum era del todo teórico. No había capturas. Por esos los reyes nunca te elegían.

Padecías de Perfeccionismo, Oliver. La búsqueda del dragón perfecto no te permitió nunca cazar uno de verdad. Ni siquiera uno enano”.

Oliver estalló en risas. “¡Es verdad!” Exclamó.

Lo de la tablet no es ningún secreto. Fui creando un blog en internet con todo lo que me ibas enviando cada luna al grupo de whatsapp. Por eso ahora te reconocen por la calle. Eso fue lo que impresionó al rey: todas las capturas que has realizado en todas estas lunas prueban que eres el príncipe más capaz de todos los que se han presentado. Y ya está”.

Oliver lo entendió y se libró para siempre de “el mal que empieza por P”. ¿Y tú? ¿También lo padeces?

el príncipe cuyo mal empezaba por p


Mariluz Ortega

La autora:

Hola, soy María Luz Ortega. Alma mater de "El Bosque Mágico de Ávalon".
Gracias por pasarte por este Bosque tan especial. :-)
Si quieres saber algo más, visita la sección "sobre mí" de esta página.


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